Podía mirarse en el espejo sin problemas y descubrirse (siempre había que quitar el velo) a través de la carne y la piel que tantos habían penetrado y que seguía siendo un misterio a preservar para ella. Quizá lo que más le gustaba de él era su disposición para penetrarla cada que ella se negaba buscando que él insistiera a pesar de ella, aquella suerte de juego naïf que los dos jugaban y que a veces los tentaba a aburrirse. Pero había dos o tres cosas más, puede que cuatro, puede que una. Era posible que todo lo que buscaba en él fuera no aburrirse, pero el aburrimiento siempre llama a la puerta tantas veces como sea necesario y un día alguien abre y ya es casi imposible echarle a la calle. Pero tal vez sí, tal vez le gustaba ese matiz suplicante que le pintaba la voz y que a ella a veces le exasperaba hasta excitarla, o tal vez la manera en que sus manos estrujaban la carne de ella, o la aparente sequía que siempre lo tenía así, buscándola a ella y sólo a ella. Coger, “coger bien”, a veces sin orgasmo pero siempre satisfechos, satisfechos y hastiados otras, satisfechos y divertidos otras más, así y asá y de esta otra forma, mecidos en la voluptuosidad otras tantas, tantas veces. Y con amor. Raíces secas llevadas por el viento del desierto, enredadas, desenraízadas, aridez circular sin brújula. ¿Qué había que buscar en el otro? Ya se habían socavado tantas veces hasta dejarse sólo una máscara, al final siempre la misma carta y siempre se abstenían de jugarla, otra partida, otra evasión del abismo hasta quedar con la mirada abismada. Esta vez no sería diferente, se miraría en el espejo, desnuda, y se sabría pura fugacidad, pura belleza punzante, naked and bleeding, y la memoria haría otra vez su jugarreta y la echaría al olvido y la devolvería a la vida y no sería de él como siempre había sido de nadie, saldría otra vez, encabronada de vuelta porque nadie puede asirla, por estar partida del resto como todos los otros, ya ya ya, que se nos desgarren los ídolos, que el porno nos devuelva a la simpleza de la lengua, que nos redima en tres frases huecas, en el atolondramiento del placer, que el noticiero nos ajuste al mundo y los antidepresivos nos hundan en la liviandad de los avistamientos ocasionales de las criaturas del abismo, que renuncien a nuestras manos las rosas en la nevera, ¿y si eres tú y es también el otro? Sólo queda esperar, sucumbir a la dulce, suave agresividad que toque el punto exacto de la apertura a la afirmación de sí en el otro, bien bien bien, juguemos, volvamos, olvidemos.
Lo que nunca se dormía del todo, era una cierta idea de magnolias. Aunque los árboles donde ellas vivían hubieran quedado en el camino, ellas estaban cerca, escondidas detrás de los ojos. F.H.
sábado, 14 de febrero de 2009
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Lo que nunca se dormía del todo, era una cierta idea de magnolias. Aunque los árboles donde ellas vivían hubieran quedado en el camino, ellas estaban cerca, escondidas detrás de los ojos.
F.H.
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