
Te perdiste la tormenta, cosa de nada. El viento pasando a través de las cosas, el agua golpeando la entraña, las ventanas. Los perros guareciéndose en las entradas de las casas, y en las hojas de las plantas azotadas, la vida prometida. No es este el cielo que antes se cerró como un ojo sobre la oscuridad que nos desdibujó en el vértigo, pero el eco de su sombra vibra igual en la apertura de mi sexo, cimbra igual la carne de mis piernas. No somos aquí, ahora, es cierto, pero hay una grieta en el aire que musita la sangre de aquellos días, un pulsar único tras el derrumbe del agua. Yo siento aquí la lluvia de hace tanto: solitaria, anónima, disimulada, tan inesperada como entonces, tan mansamente deseada, y mis ojos van tras los ríos que encuentran su sosiego en la tierra sólo para ir a dar al mar.