miércoles, 15 de octubre de 2008

De cómo cada ahora es pasado

Es curioso, pero las entradas que suelo publicar no son textos que pertenezcan a alguien o, reconstruyendo la frase con la intención de acercarme más a la idea, lo que escribo no suele estar explícitamente dirigido a un lector de manera anecdótica. Suelo preferir, es cierto, arrojar palabras que se toman de la mano con cierta brutalidad a veces, con desgarbo y contento otras. Tengo la idea de que una vez expulsado el texto, no me pertenece más y se queda flotando suceptible a la aprehensión de cualquiera, pero sin esperarlo. Un poco como una roca en el camino con la que alguien puede tropezar. Hoy, escribo un texto un poco más puesto en la vereda de manera intencional, sólo por la necesidad repentina de imaginar que hay un otro que espera y recibe lo que le doy sin petición previa. Es un afán absurdo de compartir cosas como si su percepción asegurara su existencia, su ser, su estar, una idea de que sólo es lo que es percibido. Anoche, por ejemplo, fue una noche bellísima que me pareció valía la pena compartir, de otra manera, me quedaba en el paladar un sabor terrible de insignificancia que sencillamente no podía soportar. Así que encendí la grabadora (muy a pesar del miedo que tengo a escuchar mi voz en las grabaciones) y me puse a hablar, torpemente, sobre las imágenes que en ese momento herían mi sensibilidad a un grado que ameritaba un esfuerzo colosal (e infructuoso tal vez, por demás de absurdo) por salvarlas de su caducidad inherente e irremediable. Así, la luz de un espejo no olvidado pasó a una posteridad incierta, acompañada por el gato en la lavadora (encima de ella, echado sobre la tapa, no se vaya a pensar que además de sociópata soy un verdugo de la fauna urbana) y la voz de Jorge Drexler que venía desde la cocina. Casi olvido el detalle de la falta de electricidad consecuencia de mi olvido crónico y degenerativo, olvidé pagar el recibo, como a veces olvido cómo atar mis zapatos, y por favor no digan que es un cliché porque cuando pasa, una se asusta deveras. Una noche así necesitaba dejar su carácter fugaz, y ello me llevó a pensar en que, paradójicamente, la única manera de percibir la fugacidad era hablando de ella, violando su naturaleza, capturándola con artificios de observador con pinzas. Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto, dice Enrique Lihn, y en verdad la mayor parte de su uso, las palabras niegan más de lo que pretenden decir, un hablar de lo que es a partir del vacío, la ausencia que poseen, algo a lo que también podría unirse Mallarmé. Pero no todo es el azoro ante lo que nos apabulla y nos saca de nosotros mismos y que no podemos decir; a veces, hablar de las cosas nos hace sentir un poco estar en ellas y palpar nuestros límites en el momento en que éstos se difuminan en lo otro, sentirnos individuos, digamos, un poco más sólidos. Podría hablarse, a riesgo de perder exactitud, de un estar en el mundo a través de poseer fugazmente lo fugaz, y a partir de ello sabernos otros. Me fui a dormir escuchando la grabación de mí hablando para mí, narrando, ordenando, delimitando lo que no puede sino desbordarse, y sintiendo que era otra la que me hablaba y compartía algo que ya era pasado y recuerdo, me quedé recreando la fugacidad a partir de una cinta ajada por el uso repetido, construyendo recuerdo sobre recuerdo, para que la noche no dejara de ser en mí que ya era otra.

1 comentario:

Carolina Arévalo Camberos dijo...

"yo por mi parte grabé esos primeros textos hace ya cinco días, y después estuve tan resfriado que no pude seguir porque mi voz parecía una foca pidiéndole pescados al domador,(...) Todo es distante y diferente y parece inconciliable, y a la vez todo se da simultaneamente en este momento que todavía no existe para mí y que sin embargo es el momento en que usted escucha estas palabras, que yo grabé en el pasado, es decir, en un tiempo que para mí ahora es el futuro... juegos de la imaginación dirá el señor sensato que nunca falta entre los locos."

Grabación de "Cortázar lee a Cortázar"

Siempre es un placer leere líquida y silenciada, poética, pero hoy ha sido reconfortantemente fresco -con perdón del señor Julio antes citado- leerte armada y fugaz.

Lo que nunca se dormía del todo, era una cierta idea de magnolias. Aunque los árboles donde ellas vivían hubieran quedado en el camino, ellas estaban cerca, escondidas detrás de los ojos.

F.H.