martes, 14 de octubre de 2008

Levante, intentar la caída

Entender sin arrogancia que los gestos del otro han de mudar en otros gestos que ya no serán nuestros, contemplar en la piedra nuestra propia oscuridad e intentar la caída, muy a pesar de que la caída está siempre en nuestra carne, telaraña, frío eléctrico en la nuca. Esparcir las posibilidades en el pavimento, los ojos fríos, las lenguas mutables, los bocados de comida compartidos. Sí, cegarse parece ser lo que se persigue, pero apenas se alcanza una miopía mediocre, un tanteo del abismo con las puntas de los pies, justo al borde, sorteando miserablemente la caída. ¿Por qué habremos de ser tan solubles, tan faltos de solidez? Todo en nosotros es ligereza, un crujir leve de flores secas, un flotar de sus fragmentos. Y tanta gravedad revienta en risa, una risa hueca y a la vez tan llena de ese vacío que practicamos con religiosidad, que no hay calle que no se pueda llenar de caminatas y canciones solitarias, de soledad desafinada.
Lo que nunca se dormía del todo, era una cierta idea de magnolias. Aunque los árboles donde ellas vivían hubieran quedado en el camino, ellas estaban cerca, escondidas detrás de los ojos.

F.H.