miércoles, 28 de enero de 2009

Voy a arrastrarme hasta el vertedero de mis deseos. Olvidados, saciados, amaestrados y contenidos, deben arder en deseos de trepar mi rostro y tejerse encima en una telaraña. Voy a darles lo que quieren, voy a dejarlos buscar inquietos su sosiego en la palma de mi mano.

Hombre con cordero

El hombre de las ovejas abraza un corderito. Lo eleva hasta su cara y hunde la nariz en su lana, aspira. Los murmullos de la hierba que estallan en su cerebro son las mismas patas hundidas en la hierba del corderito que se agita entre sus brazos, pero de estos murmullos escurre un tiempo sincopado que vibra paralelamente a destiempo con el tiempo de su corazón. Su espera debe ser más dulce que la de los vecinos que lo miran asombrados a traves del cristal.

sábado, 24 de enero de 2009

Breves notas a

Sigo respirando aquí, adolorida de tanto desear ser feliz. La frente dura, como sólo puede ser duro el hueso, contra el muro vencido de existencia, como sólo puede vencerse un muro en la inercia de saberse siempre en pie. Ya antes he hablado de ese que desde antes caminó hasta mí y encendió mis huesos y bebió con sus dedos de mis dedos "¿Qué haces allí, arrodillado en mis huesos?" le he preguntado tantas veces, y su respuesta es siempre el mismo crujir de párpados. No parece bastarme la pequeña alegría de la grava, por eso estoy inquieta en mí, eferveciendo mi boca sobre mi boca, como todas las cosas que no pueden renunciar al mar. No hay apologías de la sal que se acerquen tanto, fielmente, a su renuncia de unicornio a la podredumbre.

Hay una leve saciedad que flota sobre la tristeza de los vencidos y que es más raíz que la victoria de quienes quieren todo. Es la saciedad de tanto saber el olvido que los parte desde el centro, desde el ombligo.

Lo que nunca se dormía del todo, era una cierta idea de magnolias. Aunque los árboles donde ellas vivían hubieran quedado en el camino, ellas estaban cerca, escondidas detrás de los ojos.

F.H.